Cruising in the bus

Hace varios días os comenté que había ligado en la guagua, aka, autobús. La cosa no es que fuera precisamente emocionante. Simplemente me encontraba yo, allí, de pie, con el brazo en alto agarrándome donde pudiera para no caerme, cuando me doy cuenta de que al fondo, al final, a lo lejos, hay un maduro actractivo que no me quita el ojo de encima. Y yo, me sentía como uno de los protas de Brokeback Mountain al principio, y desviaba la mirada al suelo. Él hacía lo mismo. Pero da igual. Nos habíamos detectado. El gayradar estaba en marcha. Él avanza dos asientos hacia delante, yo me doy la vuelta, y no, no para hacer notar que me apetecía ejercer de pasivo, sino que uno es pudoroso y ciertas cosas le sonrojan. Me incrustré aún más los cascos de mi mp3 donde sonaban las TATU, y él se levantó. Ante mi un hombre cincuenton, canoso, con perilla, de metro noventa y con una pinta de estar asquerosamente bien dotado. Me sonríe. Le sonrío. Me mira. Le miro. Hace señales para que me acerque. Yo me hago el bobo. Él insiste. Yo accedo. Y me invita a desayunar y me da su número de teléfono.
Al final no pasó nada. Tras dar como excusa que tenía que irme a trabajar quedo en llamarlo un día de estos, y a decir verdad, he perdido su número de teléfono. A decir verdad, no pensaba llamarlo, pero uno a veces es demasiado puta. Y es que el tipo parecía salido de una película porno de leñadores sado. Y eso a uno le pone cachondo ¿no?
Luego dicen que eso de que los gays nos detectamos unos a otros es mentira y que el cruising no existe. Quien dice eso no ha estado nunca en los lavabos del Carrefour ¿verdad?